Martes, 16 Octubre 2018 00:40

(OPINIÓN) Dante Montiel

Construcción del ferrocarril entre Castro y Ancud, hacia 1910 Construcción del ferrocarril entre Castro y Ancud, hacia 1910 memoriachilena.cl
Los desafíos de escribir historia sobre Chiloé y Chile, es la reflexión que realiza el historiador castrense, Dante Montiel Vera, enfatizando en señalar que ambas llegaron a ser dos realidades distintas, que eran coetáneas pero no contemporáneas.

 

Es fundamental  prestar más atención a la historia de América Latina, por ende a la historia de Chile y por supuesto a la historia regional. Uno de los grandes cambios que se ha verificado en la historia  ha sido el estudio de los pueblos aborígenes latinoamericanos  y su incorporación a la historiografía como actores protagónicos en la evolución social de las sociedades. Es común hoy en día hablar de países con una fuerte presencia de pueblos indígenas, de naciones pluriculturales y multiétnica.

 

Entonces, concluimos que nuestra identidad no es indígena ni hispana, sino mestiza. Puntualizamos  que  la historia local ha crecido y se ha legitimado en nuestro país con las reformas educativas que han permitido incorporar en los planes y programas  pedagógicos  dicha historia.

 

En este aspecto, la monografía se enmarca dentro de la corriente historiográfica de la  Historia Local que pretende democratizar la práctica histórica a través de la incorporación de otros actores, que generalmente no son analizados en la historiografía tradicional y centralista. También en la enseñanza se puede estimular el uso de la historia oral para resaltar la memoria testimonial como fuente de conocimiento y mejorar la apreciación estudiantil sobre la disciplina histórica.

 

Así, la historia local en Chiloé se fundamenta en la necesidad de que los chilotes puedan reflexionar acerca de sus orígenes y el pasado, de evaluar la forma cómo  han ido construyendo sus comunidades y los símbolos que reflejan formas culturales y liderazgos sociales que lo distinguen  de otras provincias y regiones. El presente de Chiloé o de otra región  impone explicaciones que obligan siempre a revisar su pasado. Por esto, la historia local tiene plena vigencia para una comprensión del entorno social.

 

Para Chiloé existen dos tareas  enormes y urgentes. La primera sería tratar de “salvar la memoria” de Chiloé, ella se va perdiendo con los años que van pasando, esto significa trabajos multiformes de investigación y difusión, para profundizar el conocimiento, y dar a conocer, lo que es, o más bien era Chiloé. Esta recolección sistemática enriquecería notablemente la memoria colectiva, pues, las fuentes del conocimiento cultural de Chiloé no tienen que limitarse al mismo fondo bibliográfico, sino ampliarla a otros aspectos.
La segunda tarea sería de reflexionar colectivamente, entre todos los que piensan en analizar la situación. Naturalmente, en esta perspectiva, la tarea de reflexión e investigación no se puede apartar de la tarea de difusión, puesto que es imprescindible compartir y ofrecer a la reflexión de la comunidad  más amplia los resultados de este análisis.
Estas son las dos tareas académicas que se debería concretar en Chiloé, porque  este territorio atrae por ser diferente, la diferencia es la riqueza del mundo, y dentro de las regiones chilenas es la de más fuerte personalidad y riqueza cultural, extraordinariamente coherente y unitaria en sus expresiones.

 

Su historia data del siglo XVI y de incorporación tardía en 1826. Geográficamente pertenecía  al Reino de Chile, pero no formaba parte política ni cultural del país, circunstancias que explican que Chiloé presente hoy un particular ethos cultural. Chiloé y Chile llegaron a ser  dos realidades distintas. Eran coetáneos pero no contemporáneos.
La  historiografía de Chiloé no es muy fructífera al igual que  su producción, pero documentalmente muy valiosa y se remonta desde el siglo XVI. Los primeros escritos relacionados con Chiloé  lo encontramos en las relaciones de méritos de los conquistadores y en los informes realizados por los primeros conquistadores, también  en las Cartas Annuas que escribieron los jesuitas.

 

Son descripciones paisajísticas y geográficas del archipiélago y de cómo viven los indígenas en estas islas, con valiosas informaciones etnográficas. A partir de entonces se irán sumando diversos tipos de informes, diarios de navegación,  documentación colonial, parte importante de la cual se halla en el Archivo de Indias. Puntualizamos que  destacados cronistas, viajeros y funcionarios de la Corona  registran su testimonio por estos archipiélagos o rinden informes, describiendo geografías, gentes y costumbres. La crónica será el género literario -histórico por excelencia de la Colonia.
 

 

 
Otras formas historiográficas no se avizoran hasta que se publica el diario “El Chilote” en 1868. Desde entonces se desarrolla en Chiloé una preocupación sistemática por la escritura y los géneros literarios, expresada desde dentro. Este interés con afanes educativos es porque casi todos los escritores eran profesores y se remarcan a comienzos del siglo XX cuando desde Ancud se comienza a imprimir libros.
La historiografía y sus diferentes autores han realizado una vanguardista labor escritural, reflexiva y académica relacionada con Chiloé, en momentos donde este archipiélago no tenía ninguna importancia para los sectores intelectuales y académicos. Ellos iniciaron una cruzada que se reconoce en el presente y se valora  por escoger la historia  insular para desarrollar sus estudios. 
 
La implementación de una débil  institucionalidad en Chiloé, por lo tardío y marginal de los proyectos políticos nacionales desarrollados en este territorio,  provocó que se evolucione políticamente en paralelo con la República de Chile, y con una cultura y ambiente localizado, en un aislamiento geográfico y material que lo caracterizó hasta nuestros días. Un proceso agudizado cuando Chiloé dejó de ser relevante para el Estado chileno, con  la navegación a vapor y la apertura del Canal de Panamá que menguaron su importancia geoestratégica.
 
Como zona periférica, marginal y acentuando su pobreza por parte del Estado, hicieron que su comunidad tenga un fuerte desapego con la realidad nacional chilena y la creación  de una conciencia histórica propia.  Con el Tratado de Tantauco, en teoría sus habitantes no sólo transitaron de súbditos de la Corona a ciudadanos republicanos, sino que también se convirtieron en ciudadanos nacionales que debieron integrarse al desarrollo político del nuevo Estado.  En los últimos años se han publicado destacadas obras relacionadas con el proceso de independencia e incorporación de Chiloé, podríamos decir un redescubrimiento de este período y con un nuevo enfoque, escritos vanguardistas,  motivados por jóvenes historiadores.
 
 En general,  la historia de Chiloé se ha trabajado casi exclusivamente  en  el período de la conquista y colonia, pero el siglo XIX y XX es una veta que aún debe escribirse históricamente. Se debe abrir un nuevo  espacio para la historia de Chiloé contextualizados  en estos dos siglos, considerando sobre todo  que Chiloé  se insertaba en un contexto nacional y con  los movimientos políticos y sociales del siglo pasado.
 
Falta historiar estos años, las fuentes están disponibles,  y se podría entender cómo fue el proceso y desarrollo de pertenecer a una república en forma  y sus grandes traumas  y episodios que hicieron un giro en la coyuntura histórica insular. Durante el siglo XIX y XX son escasos los estudios específicos  que se centran en la etapa republicana del archipiélago. Interesante es iniciar estudios de la primera ocasión que tuvieron los chilotes   al entrar en  contacto con la cultura de Chile central durante las campañas independentistas con los chilotes defensores del rey o en los campos de la región de Los Lagos  cuando se reinició la repoblación  de Osorno,  cuando chilotes y campesinos de la zona central tuvieron ocasión de cotejarse en la cotidianeidad.  Juicios y testimonios existen en la documentación de la Superintendencia   y numerosas fuentes en el Archivo General de Indias, que permiten iniciar un estudio en   estos aspectos, o las migraciones insulares al norte del país y a la Patagonia, o la actitud comunitaria durante la guerra del Pacífico y guerra con España, o lo que implicó la apertura del canal de Panamá, o el clientelismo político de esos años, o las grandes tragedias y el  cómo se reacomodo la comunidad insular, por mencionar algunos aspectos. Entonces, es posible concluir que tenemos prácticamente dos siglos republicanos en Chiloé que  requieren estudios de historia en  diversas temáticas, y así entender los procesos y coyunturas de estos períodos.  Tenemos entonces un nuevo nicho de trabajo histórico y la ocasión es propicia para indicarlo en este Congreso.
 
El proceso de incorporación  de Chiloé a Chile todavía continúa, proceso iniciado hace 200 años, la comunidad  percibe paulatinamente esta integración, y sin duda la historia del tiempo presente y del porvenir  será la que entregue el juicio objetivo  de este proceso,  especialmente para esas generaciones que tendrán un sustento vital para sus análisis y reflexiones. Es imperativo tener una comprensión profunda de los contextos y las causas, y para esto no basta con sólo  la memoria o testimonios  locales, sino de la historia, con una interpretación lógica del pasado. El cumplimiento de los estándares requeridos en la disciplina histórica no garantiza obviamente el determinar una verdad única y final, no sólo porque todo conocimiento científico es conjetural, sino porque las interpretaciones históricas son planteamientos  sujetos a nuevos descubrimientos, a nuevos enfoques, a nuevas preguntas, y por eso la discusión y el debate son indispensables para permitir  la reinterpretación del pasado.
Hoy, considero que tenemos un muy buen comienzo con este Congreso de Historia Regional en Chiloé.
 
Por Dante Montiel